viernes, 28 de octubre de 2011

Leche de engorde - Capítulo 1 (Relato)

 
Nos  hemos encontrado en el blog rebelde-buey, este caliente relato de cuernos En este blog se encuentran un montón de relatos de cuernos. Aquí os dejamos este primer capítulo.


Leche de Engorde (01)
Capítulo 1

Por Rebelde Buey -753


Paloma tuvo la maldición de ser extremadamente flaca porque fue parida acá. Si hubiese vivido en Palermo No-Se-Cuánto o alguno de esos barrios gay de Buenos Aires hubiera sido feliz desde el principio. Pero nació en este pueblo de mierda, a la sombra de viejos ignorantes y doñas gordas. Poco gurí, poca juventud, mucho atraso.

Cargaba encima con unos padres que no la ayudaban. Para la madre, la comida, la gordura incluso, era casi un sinónimo de salud. Se le quejaba a Paloma de que estaba piel y huesos cuantas veces podía, como si la pobre diabla no lo supiera. Y el padre… El padre era la ausencia hecha persona. Ausente en la casa, porque solo vivía para comer, dormir y a veces darle a la patrona; pero ademas su ausencia era literal, porque como camionero que era, vivía de viaje en viaje por todo el país y parando poco y nada en su casa.
Yo también arrastraba mis propias maldiciones: tenía una personalidad débil y unos viejos hijos de puta por amigos. La tercera maldición era que estaba enamorado de Paloma.

—¿Estás seguro que ellos saben cómo hacer? –me preguntó ella la primera vez que caminamos hacia lo de Tito.
Éramos chicos, en esa edad en la que la personalidad y el cuerpo son igual de elásticos. Paloma era alta, e inusualmente delgada. Sus pechitos eran diminutos, casi inexistentes, y la cola, magra y apretada. Sus piernas eran dos palitos parecidos a los de los flamencos, y su rostro habría sido hermoso si no fuera tan chupado.
Con todo, era mi novia, y la quería con locura, así que igual me gustaba. Me gustaba más allá de lo físico.
No podrían entender lo acomplejada que estaba mi pobre Paloma. Lo mismo yo, no se crean, porque el pueblo entero era una máquina trituradora de autoestima. Si no eras el hijo de alguien con plata, o no tenías un buen envase, sufrías.
—Es lo que me dijeron Tito, don Omar y los muchachos –hablaba de mis amigos, un grupo de viejos con los que pasaba la mayoría de las horas que estaba en la calle. —Ellos son grandes, tienen experiencia… Deben saber mucho...
La delgadez extrema de ella dominaba casi todas nuestras conversaciones. Que la ropa, que la dieta para engordar, que yo no la quería, que su cuerpo, que no cogiéramos todavía porque le avergonzaba mostrar su esquelética desnudez.
Yo sufría por ella y por mí también. La amaba, a pesar de que no éramos tan grandes para cosas serias, y mi inexperiencia y desesperación por verla feliz eran tan grandes que me llevaron a buscar soluciones insensatas.

—Hay una forma de que esa chica engorde un poco –me dijo una tarde ya lejana Tito, mirando de reojo a sus compas.
—¿En serio? ¿Qué forma?
—Pero no sé si estarán preparados…
—¡Dígame cuál es la solución! Paloma ya hizo todos los tratamientos que existen y nada le funciona. Tomó pastillas, comió hasta grasa, ¡está desesperada! ¡Mi novia y yo estamos dispuestos a hacer cualquier cosa con tal de que engorde un poco!
—¿Ustedes son vírgenes, no?
—S-sí…
—”Bambino”, no creo que debamos… -A Tito también le decían “el bambino” porque tenía apellido tano y era el menor del grupo.
Estaba yo esa tarde con don Omar, Wisky, Papi, Tito y Jean Del, un boliviano gordo con delirios de francés. Andaban en aquel entonces por los 50 años, y eran todos jornaleros de temporada en la siembra y la cosecha; el resto del año se lo pasaban en la pulpería jugando al truco, chupando vino y fifándole la mujer al pulpero sin que éste sospechara nada.
Todos sonrieron aprobando la idea que le adivinaban a Tito.
—Es demasiado flaca –se quejó don Omar.
—¿Y qué?
—¿Pero la vieron? ¡Es puro huesos! -insistió.
—¡Que es la que hay, Omar! ¡No estamos pa ponernos exigentes!
—Es un poncho, al fin de cuentas.
No entendí lo que quiso decir Wisky con eso del poncho, pero no me preocupé demasiado. Casi nunca lo entendía.
Como vi que dudaban, mi desesperación intercedió.
—Por favor, don Omar. Tienen que ayudarme. Háganlo por mi novia. Háganlo por mí. Por favor…
—Está bien, está bien… -se resignó don Omar. —Pero después no vengas con arrepentimientos.
—Sí. –secundó Tito. —Y ojo que esto debe quedar entre nosotros seis y Paloma.
Nadie más en el pueblo debe saberlo.
—Sí, sí. Lo que ustedes digan. Ustedes son los que saben. ¿Pero qué es? ¿Qué tiene que hacer ella para engordar de una vez por todas?
—Es un tratamiento largo –explicó Tito.
—¿Le va a doler?
—No creo… Quizá la primera vez, pero no, nada como para preocuparse… Es más, después quizá hasta le guste.
—Le va a encantar –don Omar tenía mucha confianza.
—Al que le puede doler un poco es a vos.
—¿A mí?
—No le va a doler. Él sabe que somos sus amigos… que esto es para ayudarlos…
—No importa cuál sea el sacrificio, lo vamos a hacer.
—Está bien. Tenés que pasar por la farmacia y comprar estas pastillas para tu novia. Es una caja para todo un mes, y Paloma debe tomar una cada día, todos los días…
—¿Era eso? ¿Con estas pastillas…?
—Escuchame, tarambana: Todos los días una pastilla. No se puede saltear ni un día, ¿entendés? ¡Ni un día!
—Sí, sí… entendido. ¿Ese es todo el secreto?
—No. Hay algo más. Acercate que te explico bien.
—¿Dónde vive don Tito? Estoy cansada de caminar tanto…
Nos detuvimos frente a una casita precaria, pero no más precaria que cualquier
otra del pueblo, hecha de ladrillos y mal revocada. Unos perros famélicos salieron a recibirnos y nos olisquearon a la distancia. Había barro de la lluvia de la mañana que podíamos saltear por unas baldosas desparramadas en el suelo, haciendo de sendero.
Tito se asomó por el marco de la puerta de chapa, sonriente.
—Pasen, pasen. –Estaba en camiseta blanca y un calzoncillo celeste tipo pantaloncito, y en ojotas.
Moví hacia adentro el alambrado cortado a modo de portón y dejé pasar primero a mi novia, muy galante.
Paloma estaba linda. Un jean recién lavado y una remera blanca no demasiado ajustada, y tacos altos. Estaba elegante y algo sexy con su cabello recién duchado.
Entramos de la mano, los dos muy nerviosos. Lo primero que vimos fue a Jean Del también en calzoncillos, sirviéndose vino en un vaso.
—Hola, mon petits –saludó y nos ofreció. —¿Quieren?
Negamos con la cabeza.
—Entren a la piecita –nos invitó Tito. —que están los muchachos.
La mano de Paloma trituraba la mía, pero yo no estaba menos nervioso. En la piecita estaba el resto de los bandoleros, todos en calzoncillos excepto don Omar, que lucía un slip brevísimo, digno de un bañero brasilero. Un paquete por demás importante se adivinaba bajo la lycra, y mi novia también lo advirtió. En
su inocencia no apartaba los ojos del bulto de don Omar.
—Le contaste todo, ¿no, Pablito? –me preguntó de golpe mi amigo Tito.
Asentí con la cabeza, y Paloma hizo lo mismo.
Tito se acercó a mi novia y le tomó la barbilla, complacido.
—¿Tomaste las pastillas todos los días, desde hace un mes? –Paloma asintió.
—Tenés que seguir tomándolas durante todo el tratamiento, ¿sabés?
—¿Cuánto va a durar el tratamiento?
—Mínimo dos años –Mi novia se desalentó un poco. —Pero al año ya vas a empezar a verte mejor.
Tito sonrió al darse cuenta que Paloma miraba de reojo el bulto de don Omar.
—¿Seguís siendo virgen?
—Sí. -dijo mi novia en un susurro, un poco cohibida.
—Bueno, mejor, mejor… ¿Sabés cómo es esto, no? Los muchachos y yo vamos a ir trabajando sobre tu cuerpo e impregnándote nutrientes, calorías, proteínas, vitaminas y todo tipo de sustancias que poco a poco te van a hacer subir de peso, ¿sí? –Paloma asentía como una nena. —Cuanto más te pasemos, más vas a
engordar.
—Sí.
—Muy bien. Igual, siempre vamos a tratar de que la pases lo mejor posible, aunque la primera vez te duela un poquito.
Don Omar había estado observando a mi novia con descaro y se había ido excitando. Se le había parado la pija y ahora la cabezota roja se le asomaba claramente por sobre la sunga. Supongo que a pesar de la falta de carne, la elegancia y sensualidad que traía mi novia la hacían en un punto deseable, aunque quizá solo fuera que eran cinco viejos depravados.
Paloma no pudo evitar clavarle los ojos con curiosidad: nunca había visto una pija, ni siquiera la mía.
—Vení –la animó don Omar. —Vas a empezar conmigo.
Paloma fue hacia él sin lograr sacar la vista de la pija que se asomaba mucho más, no de excitación sino de total curiosidad. Era grande y muy gruesa.
—Pablito –me pidió el “bambino”. —Preparala como te dijimos.
Me arrodillé detrás de Paloma, que estaba de pie frente a don Omar. Crucé mi mano por delante de ella para ir a bajarle el cierre del jean, y tuve que rozar el bulto durísimo de la sunga del viejo. Le bajé el jean hasta los tobillos y entonces todos en la habitación pudimos deleitarnos con la delicada bombachita blanca de encaje que lucía mi inocente noviecita. Papi lanzó un silbido medio libidinoso. Don Omar le apoyó a mi novia una manota sobre su cabeza y la hizo agachar. Paloma cedió y quedó de rodillas frente a la ahora medio asomada verga del viejo.
—Sacala –le ordenó con gentileza.
Paloma levantó sus manitos lentamente, y con sus dedos hechos un temblor hurgó torpemente en la sunga de don Omar. Apenas bajó la prenda unos centímetros, y la fabulosa pija saltó hacia adelante con inesperada fuerza, casi pegándole sobre el rostro.
—¡Ah!
Paloma se sorprendió e instintivamente entreabrió sus labios. Yo me asusté un poco, aunque confiaba en que mis amigos, que me trataban como a un hijo, no harían abuso de esas cosas más allá de lo estrictamente médico del tratamiento.
El rostro de don Omar se encendió de lujuria. Desde arriba observó cómo la chiquilla miraba embelesada su fabuloso trozo de carne dura y caliente, y le sonrió con un sadismo todavía inocuo.
—Agarralo, mi amor.
Paloma tomó con sus manitos ese fierro rugoso que no paraba de agrandarse lentamente, desplegándose como el cañón de un observatorio y engordando de gula. Lo tomó con sus manitos, con delicadeza de niña, como si la piel suave de la vergota arrugada se fuera a lastimar.
—No le tengas miedo, mi amor.
Paloma, arrodillada frente a ese tótem de poder masculino, elevó su carita y miró a don Omar a los ojos, con sonrisa agradecida, sin soltar el grueso pijón de don Omar que cobijaba ahora con sus manos, como si fuera un pajarito.
—¿No le duele cuando crece así?
—Un poquito. Pero vos me vas a ayudar a aliviarme.
Mi novia sonrió como una nena insegura.
—¿Qué tengo que hacer…?
—Agarralo con ganas. Agarralo fuerte.
Con timidez, y sin soltarla por un segundo, Paloma apretó suavemente el pijón de don Omar, quien gimió de placer. Paloma se sintió halagada y volvió a apretar.
—¡Qué linda sos, Paloma…! –mi nena se sintió aun más halagada. No estaba acostumbrada a que le dijeran linda, y mucho menos de un hombre hecho.
—Apretala fuerte, mi amor. Agarrala con toda la mano, como si fuera una botellita de Coca Cola… y apretá.
Paloma obedeció solícita. Rodeó todo el ancho de esa verga imponente con toda la mano y apretó. La cabezota roja, fea y hermosa, se asomó por encima de todo y se infló como un globo.
Yo no podía apartar la vista de la escena. Estaba fascinado y aunque sabía que ese acto debería estar reservado solo para mí, todavía era muy chico como para darme real cuenta de que los viejos del pueblo se estaban aprovechando de nosotros. Miré a mi alrededor: los otros turros estaban sentados en la cama o
en alguna silla, pasándose un cartón de vino barato y blandiendo sus propias pijas mientras también se deleitaban con la escena.
—Ahora agarrala con las dos manos y dale un besito.
Mi novia dudó. Me di cuenta que en un punto temía no estar a la altura de las circunstancias. Su inexperiencia y su baja autoestima la hacían parecer la chica más insegura del mundo. Quizá lo fue en ese segundo de disyuntiva. Pero lo intentó. Tomó ese caño e carne por la base con una mano, y luego la rodeó con la otra, más arriba. La cabezota seguía quedando al tope, expuesta. Paloma tomó coraje, respiró profundo y agachó su cabeza hacia lo que tenía entre sus manos.
El beso sonó como un chasquido.
—¿Así besás a tu novio, vos? -Paloma levantó su rostro, avergonzada, y miró a don Omar con expresión dubitativa. —Besame ahí como cuando besás a tu novio… con un beso de lengua…
Paloma me miró a mí, que aguardaba expectante. Yo tenía la garganta reseca, los pensamientos nublados y la pija totalmente parada. Me pasé instintivamente la lengua por los labios y ella asintió.
Rindió su cabeza hacia la pija de don Omar, pero esta vez con la boca abierta.
Fue a buscarlo con sus labios, con su boca, con su lengua, y con unas ganas y entusiasmo inexplicables, y le dio al vergón enorme de don Omar un beso de lengua como jamás me había dado a mí.
—Uy, sí… -gimió el viejo turro.
Paloma se metió la cabeza y algo más dentro de su boca y lo tragó como si se tratara de un bocado delicioso. Lo besó, lo chupó, lo tragó, y se animó a jugar con la redondez de esa cabezota roja como si fuera un caramelo.
—Mmm… Chiquita, qué buena que sos… -Mi novia sonrió orgullosa, sin soltar la verga ni por un segundo. —Ahora bajá un poquito las manos… No, sin soltar la pija, mi amor… bajá y subí sin soltar… y sin dejar de chupar…. Sí…
Así…muy…bien…. Sí… Quitame el dolor, Paloma…
Yo miraba a mi dulce e inocente noviecita tragar una y otra vez toda esa carne de aquel viejo y no lo podía creer. Sinceramente, no había imaginado que Paloma aceptara tan rápido todo ese asunto del tratamiento y mucho menos que se adaptara tan fácil a las exigencias del mismo.
Aparentemente, Paloma tenía una facilidad extraordinaria –un talento de barrio, dirían todos después- para manejarse a gusto en este tipo de situaciones.
Por supuesto, ni Paloma ni yo éramos tontos: sabíamos que eso era sexo, pero no teníamos idea de mucho más. En nuestra inocencia, estábamos convencidos de que recibir pija, mucha pija, y semen, cuanto más, mejor, la iba a hacer engordar e incluso mejorar las proporciones de su cuerpo. Podía ser sexo, pero si era
parte de un tratamiento médico dejaba de serlo, como cuando un doctor te ve desnudo, tal desnudez deja de implicar sexo.
Nos lo habían dicho una vez Tito, Papi y don Omar: “¿Por qué se creen que las niñas se convierten en mujeres? Porque cogen. ¿Y por qué creen que las más exuberantes son las más deseadas?”
Nos explicaron que era como un círculo virtuoso: coger las hacía más deseables, y el deseo hacía que cogieran más. Llenarlas de semen parecía ser el secreto.
“Te hace engordar, Paloma. La leche es la energía del macho en estado puro, es salud y vida. Y si la tragás o la llevás adentro, te hacés más hembra.” La prueba estaba, según ellos, en las embarazadas. No había dudas que ellas recibían toda la carga de semen. Lo único que había que quitar de la ecuación era el tema del embarazo. Por eso las pastillas.
—Así, mi amor… Muy bien… Seguí chupando… Seguí, mi amor… ¡Qué bien lo hacés, Paloma…!
Mi novia comenzó a disfrutarlo, aunque lo más probable es que fueran las palabras amables de don Omar. Como sea, se le escapaban unos gemiditos y varios “mmm…” Y eso fue suficiente para don Omar.
—Uy, mi amor, me viene... Seguí, bebé, seguí que me vengo -tomó a mi novia de la cabeza y cerró los ojos. Paloma siguió chupando con dedicación. —Sí… Seguí así… Así… -de pronto abrió los ojos y me miró. —Cuerno, alentala a tu novia.
Me sorprendió pero no me ofendió lo de Cuerno, en ese momento no tenía mucha idea de lo que realmente significaba en ese marco. También me sorprendió el tono un poco imperativo de la sugerencia. Pero obedecí.
—Seguí, mi amor… Seguí… No pares…
Y Paloma siguió y siguió, y don Omar comenzó a moverle la cabeza hacia abajo y a mover su propia pelvis, hamacando su pija hacia adelante y atrás, cogiéndose la boca de mi amorcito.
—Me viene, bebé… Me viene… -prometía
Hasta que en un momento tomó a mi novia de los pelos y la presionó contra su verga y la forzó a sostenerle la pija dentro de su boca
—Me voy, me voy, me voy…
Y le vació un primer chorro de leche tibia y bien líquida. Paloma no se la esperaba y se atoró un poco y tosió, e instintivamente quiso irse para atrás.
Don Omar la sostenía de los pelos para que no retirara la cabeza de su pija y recibiera el inmediato segundo chorro de su leche.
—¡Tragá! -le exigía. —¡Tragá, pendeja, tragá! -Vi los esfuerzos de mi Paloma por engullir todo ese torrente de leche que la inundaba. —Tragá, mi amor, tragá todo que así vas a engordar. -Y mi Paloma tragaba, obediente, pero un poco se le iba por la comisura de los labios. Yo veía latir furiosamente la verga deslechándose y creí que nunca terminaría de llenarla.
La cabeza de Paloma se mecía como suelta con cada estocada con la que don Omar le cogía la boca. Se movía y se movía, y le estuvo acabando un minuto interminable, llenándole el estómago de él, de su energía, de su ser.Hasta que terminó de acabarle y la soltó.
—Muy bien, mi amor… -le dijo agradecido —Sos una maravilla.
Mi novia era puro orgullo. Y puro enchastre también. Me buscó con la mirada enaltecida, queriendo celebrar ese momento de autoestima en los cielos. Fui hacia ella y me besó, borracha de orgullo y semen. Sentí a don Omar en mis labios, en mi lengua, en toda mi cara, y me dio un poco de asco; pero verla a ella tan feliz y tan exultante era un premio que lo valía.
—Te amo… -me dijo. —Y volvió a besarme.
Pero Papi ya se había puesto frente a ella, blandiendo su verga desnuda, reclamando su turno y decretando el final del efímero instante romántico.
Fue como un quiebre general, porque desde ese instante el clima todo cambió.
—A seguir tragando, chiquita.
Papi no esperó respuesta y tomó a Paloma de los cabellos y la empujó hacia su pijón. Mi novia abrió grande la boca y lo recibió voluntariosa. Con la experiencia anterior ya se sentía pisar sobre terreno conocido y tomó la verga de Papi con sus dos manos, pajeándolo hacia arriba y hacia abajo mientras se lo chupaba por completo y jugaba con la lengua sobre la cabecita.
Papi le agradeció con gemidos de placer.
—¡Muy bien, Paloma, muy bien!
Mi novia lo seguía felando, más como un trabajo mecánico que con verdadera pasión. Es que Papi era bastante ansioso y no se daba tiempo para otra cosa que su placer. Con la boca llena de carne, su abusador cogiéndole la boca como un animal egoísta y lujurioso, mi novia me buscó a mí y observó alrededor. Don
Omar se había tirado en la cama, satisfecho. Wisky, Tito y Jean Del permanecían alrededor de ella sobando sus vergas erguidas, hipnotizados con mi novia piel y huesos. Yo también estaba cerca. Quería estar junto a ella como soporte y contención; pero no voy a mentirles, usaba mi cercanía para no perderme detalle de la fascinante imagen de ella tragando pija.
Papi, ansioso, descortés y egoísta, se deslechó enseguida. Tomó a Paloma de los pelos para sostener su pija dentro de la boca de mi novia.
—¡Me deslecho, pendeja! –La miró para llenar sus ojos de vicio y lascivia y la agarró de los pelos con más fuerza todavía. Paloma estaba algo desconcertada, el cabello le tiró y gimió un poquito de dolor. —¡Callate y tragá, pendeja! Tragá que lo venís haciendo muy bien…
Y Papi empezó a gemir, casi rugir, a agitarse de un modo tal que parecía que estaba corriendo o algo así. Comenzó a bufar, a putear, y su pija se infló más y comenzó a latir como la de don Omar, y entonces le traspasó a mi chiquita todo su torrente de guasca caliente y morbosa.
—Tragá, putita, tragá –le reclamaba. Y Paloma, buenita como era, tragaba obediente. Me miraba y yo no decía nada. Por suerte esta vez no se atragantó.
Aunque tampoco tuvo tiempo de besarme o dedicarme unos instantes. Cuando me moví para ir hacia ella, Tito me salió al paso y me ordenó de buenas maneras.
—Sentate allá, Pablito, y no jodas. Tu novia todavía tiene que tragar mucha más leche.
Hubo un cruce de miradas entre los viejos y unas risitas que se me antojaron burlonas. Tito fue a ponerse de pie frente a mi Paloma, a quien ya le empezaban a doler las rodillas porque no la dejaban pararse y se lastimaba contra el suelo de hormigón. Fui a mi sillita y Tito a su posición. La verga de Tito era bastante interesante y juguetona. Se le enterraba en la boca a Paloma, quien pretendía chuparla como lo venía haciendo. Pero la pija salía de golpe y le jugaba. Golpeaba a Paloma en su rostro, le entraba en la boca de costado. La sacudía fuerte, luego despacio, luego le refregaba todo el ancho sobre el rostro chupado de mi novia.
Y Paloma reaccionó a estos juegos. Se fue entusiasmando de a poco y en unos minutos se sumó al festejo y se tragaba con ganas la barra de carne de su abusador; lo quitaba, lo felaba, lo pajeaba y se lo volvía a engullir.
—No puedo creer que ésta sea la primera vez que chupás una pija, Paloma. ¡Sos una diosa!
La acomplejada de mi novia lo recompensaba pajeándolo más y más fuerte, y jugando más con su lengua. Entonces, Tito cerró los ojos y se abandonó al placer.
—Me estás tentando, hija de puta…
Paloma se sacó la pija de la boca y habló por primera vez:
—Démela, don Tito. Deme toda la leche que quiero estar linda para mi novio.
Fue demasiado para el morbo de don Tito. La tomó de la cara, de las mejillas, y le inundó la boca con su semen, que mi novia recibió con felicidad total.
—Tragá, Paloma. Tragate toda la lechita. Aprovechalo todo.
Paloma asentía con la cabeza pero sin soltarlo. No quería desperdiciar ni una gotita. Tito se seguía deslechando y se apretaba fuerte toda la verga para escurrirla por dentro y llenarme un poquito más a mi novia.
Para entonces, Wisky y Jean Del estaban ya demasiado calientes, y se abalanzaron juntos hacia mi frágil nena que se aguantaba todo con nobleza, con tal de dejar de ser la flaca escuálida del pueblo. Apenas Tito le largó la última gota, las vergotas de Wisky y Jean Del se le metieron en la delicada boquita de Paloma casi al mismo tiempo.
—Vamos a darle -musitó uno.
Mi novia se sorprendió. El entusiasmo de los dos viejos era tan atropellado que apenas le dejaron decir:
—Esperen, los dos juntos no se puede. ¡No me van a entrar en la boca!
Pero Wisky la tomó de la cabeza y la llevó con fuerza hacia ellos.
—Ah, sí... Vas a poder, chiquita… vas a poder… -y le metió la pija en la boca y se la corrió para un costado. —Abrí bien… Abrí más, putita… -mi novia abrió su boca tan grande como pudo, pero vio que las dos vergas eran enormes y no le iban a entrar. Jean Del acercó su pija gordísima y metió la cabeza en ese breve espacio que quedaba sobre la comisura de los labios. Presionó y logró meter la cabeza de su pijón. Paloma hizo como una arcada.
—Dale, chiquita. Poné ganas… dale que podés. –y presionó más y le metió la mitad de la pija. —Incliná un poco tu cabecita para allá… así… ¿ves? Así entra más… -y seguían metiendo pija, Jean Del parecía un poco fuera de control.
Paloma estaba ahogada de verga, pero cumpliendo con su tratamiento. Los dos viejos también la tenían tomada de sus cabellos, pero más que nada para tenerla de referencia y hamacarse hacia ella coordinados, cogiéndole la boca como en una doble penetración. Primero le entraba más uno, y el otro la retiraba un
poquito, para inmediatamente hacerlo al revés. Paloma tomaba cada una de las vergas venosas con cada una de sus manos, pajeándolos. Estuvieron así un buen rato, entre gemidos, insultos y palabras de aliento.
—Muy bien, mi amor, muy bien ¿Viste que te entraban?
Mi novia asentía con orgullo, quería cumplirles, pero no era una tarea sencilla. Tosió un poquito con las dos vergas en la boca y cuando amagaba retirarlas, por puro reflejo, uno de los dos viejos la frenaba desde la cabeza y no se lo permitían.
—No, no, no, no… -le decían. —Abrí más grande la boca que vos podés…
Y mi novia hacía el esfuerzo. Los dos viejos hijos de puta le usaron la boca un buen rato más, provocándole a Paloma más arcadas y toses.
Uno de ellos le dijo al otro, entre sorprendido y entusiasmado:
—¡Sentí cómo se chocan las pijas dentro de la boca de la pendeja!
Hasta que a uno de ellos le vino. Tuvo como un súbito espasmo, respiró fuerte y bufó. Tomó a mi inocente nena de la cabeza con sus dos manos y le empezó a acabar adentro.
—¡Tomá, puta, tomá! –le gritaba. —¡Tomá la lechita, tomá!
Y el otro viejo, de puro morbo, lo siguió un parpadeo después.
—Uy, sí… -anunció. —Yo también te acabo, nena…
Wisky estaba en medio de su largo desleche y Jean Del comenzó también a bombearle su guascazo a la boca, como una manguera de leche.
El esfuerzo de mi novia por tragar tanto semen fue heroico. Todos conteníamos el aliento para ver si podría. A mí me daba cierta cosita por ella, pobrecita, como una ternura, porque era notorio que estaba comprometida con el momento, o que se tomaba muy en serio todo el asunto a pesar de su inexperiencia total.
Tragaba sin soltar ninguna de las dos pijas, y hasta la mitad de la deslechada de los dos viejos no había desperdiciado ni un chorrito, pero llegó un punto en el que fue inevitable y en una de sus toses de ahogada se le escurrió un poco por la comisura de los labios.
Vi la decepción en su rostro e inmediatamente su vanidad herida, que le redobló la determinación. Abrió no sé cómo su boca más grande y tragó y tragó y tragó más, mientras los viejos le agradecían tanto compromiso para con sus pijas y su desleche.
No pude evitar ir a abrazarla desbordando de orgullo por ella. ¡Esa era mi novia, carajo! La abracé, la besé, y a pesar del sabor de todos los viejos, que me pasó con esos besos mojados de leche, me sentía el novio más orgulloso y afortunado del mundo.
Los viejos descansaron un buen rato y repusieron fuerzas, para pegarse una segunda vuelta de mamadas a cargo del prodigio de mi novia. Los deslechó nuevamente a los cinco y se tragó hasta la última gotita, explotando de euforia con cada acabada que deglutía. En ese momento, les soy sincero, no sabía si el
tratamiento por fin iba a hacer engordar a mi escuálida novia, pero, por lo pronto, ya podía decir con certeza que había sacado lo mejor de ella.
FIN del Capítulo Uno


Os ponemos la descarga de todos los capítulos del relato "Leche de engorde".

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1 comentario:

  1. No puedo descargar los capítulos lo único que encontré es este y el 15

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